miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cuando la enfermedad toca a la puerta - 1

Las enfermedades del alma son mucho más peligrosas y numerosas que las enfermedades del cuerpo. 
-Cicerón
Muchos de nosotros pasaremos por la situación de acompañar a una persona enferma, incluso a algunos cuyas enfermedades son incapacitantes o implican un riesgo grave para la vida. En algunas ocasiones, seremos la única persona con un poco de cordura alrededor de ella o él.
Cuidar o apoyar a alguien en una situación de fragilidad puede ser un infierno o una maravillosa oportunidad. Depende de nosotros. Que sea una ocasión maravillosa no implica que no sea costosa. Nos costará esfuerzo, nos reclamará nuestra fuerza emocional y seguramente pasaremos por momentos particularmente costosos.
Al acompañar a una persona enferma con alguna gravedad nos sirve ser conscientes de algunas de las ideas que son perturbadoras en algún grado para todos nosotros:

  • El miedo a la extinción personal, a la muerte y lo que la muerte implica. Este campo es muy significativo y duro para cualquiera. Hoy no hablaré del caso de las personas que están en una situación terminal, en la que este temor es una realidad es el futuro cercano de la evolución de su enfermedad, sino de aquellos que la enfermedad les trae a la mente con frecuencia esa real posibilidad. Todos vivimos con esta incertidumbre pero en un entorno de una enfermedad seria, aunque no sea mortal, estas ideas suelen emerger y causar ansiedad. 
  • El temor a la pérdida de la independencia. Usualmente valoramos mucho nuestra capacidad de gestionar nuestra vida por nosotros mismos. No sólo sufrimos por la pérdida de esta posibilidad, sino también del riesgo de necesitar ayuda en temas elementales y muy personales: limpiarnos, comer por nosotros mismos, etc. 
  • También la ira se hace presente. Con frecuencia, porque nos cuesta aceptar que no hay una "culpa" ni un "culpable". Está presente el "porqué a mí" y una cierta molestia con el mundo, el destino, lo que quieras. Y como la fortuna no está presente, las explosiones de molestia estallan contra las personas que están más cerca.
  • En ocasiones, aparecen ideas sobre el sin-sentido de la situación o de la propia vida. Pensar que no hay razón para continuar la batalla o incluso la vida que se lleva con algunas limitaciones (en este campo, recomiendo vivamente los textos de un conocido psico-oncólogo logoterapéuta: Harald Mori y otra notable logoterapéuta, Olga Lehmann). 
Si el cuidador se pone en el lugar de la persona sufriente que tiene delante y busca entener en la medida en que sea posible sus miedos, puede resultarle más comprensible las reacciones que hacen más compleja la situación. Entender. Comprender. Y aceptar esas reacciones como lo que son, reflejo de nuestros temores y demandas.

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