lunes, 20 de agosto de 2018

Más allá del terrible 20% (1)

Hay un mundo maravilloso donde no te encuentras con personas difíciles. Maravilloso porque no es real. #elterrible20x100

Las relaciones humanas son complejas. Incluso en los mejores escenarios, las dificultades de comunicación son de administración ordinaria. 

Hay muchas razones. Primero, los problemas para establecer límites. Segundo, que existen personas particularmente difíciles. Inaguantables. Si. Pero más allá, incluso cuando tú mismo permites que las personas inadecuadas estén muy cerca de ti. O peor, cuando parte de tu trabajo es relacionarte con estas personas. 

Esta situación no es nueva. Muchos escritos relacionados con la felicidad, las relaciones humanas y la psicología están llenos de esta experiencia. No somos fáciles, tampoco nosotros. Y además, es imposible que seamos agradables para el 100% de las personas. Pretender serlo incluye que nos comprometamos en situaciones que nos afectan a nosotros y por supuesto a frustrarnos porque es imposible. Si, lo siento. Imposible. Y la razón es primariamente biológica. Nuestros sistemas límbicos (una parte primitiva y básica de nuestro cerebro), buscando defendernos, señala como "amenazas" a las personas con las que interactuamos. Así, un cierto número de individuos, sin que nos hayan causado ningún mal, acaban siendo designados como villanos por nuestro "defensor personal". Es fácil constatar en la vida diaria esta situación: cuando vas a un centro comercial, por ejemplo, o el gimnasio, o la calle... o la oficina, hay personas con las que nunca has interactuado que sin embargo, te "caen mal". Pues lo mismo le ocurre a los demás contigo. Luego hay muchas otras razones, de tipo cultural y social en las que no me voy a meter ahora porque seguramente no estás leyendo este escrito para que yo te de una "clase" que no has solicitado. 

Concretemos: le vas a caer mal a algunas personas. Algunas personas te van a caer mal. Y, hay gente que es particularmente difícil adicionalmente: es decir, además de las que ha señalado tu sistema de alarmas cerebrales, hay otros que sencillamente son difíciles. 

No creo que estas personas puedas ser señaladas como "perversos entes del mal". Carl Jung, un significativo psicólogo y etnógrafo de inicios del siglo XX señalaba un punto bastante claro: 

El hombre sano no tortura a otros, por lo general es el torturado el que se convierte en torturador -C. Jung. 

En muchas de las personas de difícil interacción hay una historia difícil, por carencias en las habilidades básicas de interacción social, comprensión y aceptación de la diversidad -simplemente no soporta que alguien piense diverso a como esa persona ve el mundo-; puede haber una historia de pobreza cultural (¿de dónde va a sacar esas habilidades si su entorno era así?); puede ser que se ha "entrenado" en lograr cosas de forma agresiva y violenta (no es extraño, en algunos países se valida y valora el perfil agresivo); y así hasta el infinito y más allá. 

Claro, esto no implica que debas estar cerca de esta persona. Pero allí nos juega una trampa a no pocos la "enfermedad de agradar": nuestra tendencia a pretender que seamos agradables para todos... y entonces comenzamos a buscar ser "simpáticos" para esa persona. Y entonces, nos metemos en la jaula de los leones por nuestra cuenta. Es bueno aprender de eso: si una persona te resulta difícil... quizá mejor déjala de lejos. Por algo tu propio sistema límbico te la señaló como una amenaza. 

Alguien me recordaba con preocupación algo que oyó decir en su empresa: "yo no vine aquí a hacer amigos". Quizá esta persona fuera un poco radical con su afirmación... pero insano no es el consejo. Raramente el entorno de la organización es un escenario para hacer amigos. Es una excepción que eso ocurra, entre otras razones, porque es un escenario de competencia provocada. 

Te recuerdo una cosita: si percibes una "señal" de amenaza de tu sistema límbico con alguien, escúchalo. Al menos analiza. En algunas ocasiones se equivoca, porque exagera un poco los riesgos, pero como las alarmas, muchas veces te señala algo importante. Aquí nuestro amigo Jung también lo señala: 

No debemos pretender comprender el mundo sólo por el intelecto. El juicio del intelecto es sólo parte de la verdad -C. Jung

Así que la primera tarea es aceptar: tendremos la tarea de aprender en cada escenario donde nos encontremos con momentos complejos. Es un reto de la vida. Y se trata de aprender, de establecer distancias, de moderar expectativas que se ajusten a la realidad. Y aprender a establecer acuerdos posibles, ¡controlando ese "comprador de afecto" que nos mete en problemas tantas veces!  

@leonardoamayaMD

domingo, 4 de febrero de 2018

Cuando el cambio de una relación es… terminarla.

La vida es simple. El problema es que no es fácil. 

Comencemos por dejar claro que las relaciones no “terminan” la mayor parte de las veces. Cambian a lejanía, cambian a tibieza y frialdad, cambian a odio. Y muchas veces no puedes controlar demasiado ese cambio… ¡pero es importante que lo intentes!

También me parece importante aclarar que hay relaciones muy buenas. Pero, cuestan esfuerzo y se basan en una intensa, activa y democrática negociación. Si tu relación la quieres basar en que el otro se porte como a ti se te da la gana, o peor, se basa en que algún día sea la imagen ideal que tienes en la cabeza, prepárate para sufrir de forma muy dramática.

Algunas relaciones funcionan. otras terminan. ¡Pero todas cambian!

Las relaciones “terminan”, es decir, pasan a la historia, dejas de frecuentar y conocer de esa persona e incluso procuras no enterarte demasiado de su recorrido. En no pocas veces es lo mejor que te puede pasar. Y con bastante frecuencia, requiere una decisión firme de empujarlas a que pasen a la historia. Ah, si. Que horror… las recordarás mucho tiempo. Sin embargo, cuando tomas la decisión, se trata de emprender un camino un poco arduo: conducirlas a la historia, es decir, que acaben siendo un  recuerdo lo menos doloroso posible, como una página un poco borrosa del libro de nuestra vida. Se puede, pero requiere tiempo y algo de esfuerzo. Cuando finalmente comienza ese tiempo maravilloso, somos capaces de verlas con realismo, con sus temas divertidos y constructivos… y con sus capítulos oscuros. Y logramos recordar lo bueno en medio de lo que no funcionó. Es el recuerdo más sano: sin olvidar que hubo razones por las que era mejor así.

El problema: estos recuerdos requieren tiempo para pacificarse. Porque los humanos no recordamos vagamente y tranquilos, sino con una porción significativa de las emociones que experimentamos cuando ocurrió. Eso es lo lindo de recordar las cosas buenas, nos hacen revivir la alegría. Y eso es lo malo de los recuerdos difíciles: algo del dolor inicial nos traen.

Esas emociones son reacciones humanas y válidas, sobretodo cuando están moderadas, cuando nos sirven para aprender, cuando son balanceadas: los grises, las luces y las sombras. Pero,  cuando están exaltadas suelen coincidir con decisiones bastante idiotas y no pocas veces autodestructivas. ¿Recuerdas? ¿Esas veces en que pagas con tu propio “pellejo” el orgullo? ¿Esas veces que te portaste como una persona un poco desequilibrada? No te sientas mal. Todos tenemos esqueletos de ese tipo guardados en el armario. (consejo de peluquería: uno niega esos episodios de histeria pública incluso en contra de evidencia fotográfica: “es un montaje” “no fui yo” “no había nacido en esa época” “en ese año estaba en la cárcel”).

El problema es emprender el camino de ese cambio. Las relaciones son un poco como una apuesta. Y como ocurre en las apuestas, o en la bolsa de valores, se apuesta hasta que es realista y sano.  Y llega un momento en que lo sano es retirarse. Como se trata de un balance, de aspectos buenos y malos… cuesta un poco de esfuerzo tomar la decisión. Cuando lo logras ver con menos apasionamiento, descubres que esa persona no te convenía al mediano tiempo, o que tarde o temprano terminaría, o incluso que, simplemente, fue algo importante, pero temporal. No podían durar más tiempo: esto pasa. Es una de esas realidades de la vida. Cuando se emprende una relación se hace una apuesta importante, pero es siempre una apuesta. En ocasiones funciona, en otras no. Otras veces funciona por un tiempo, pero los normales cambios de la vida lo hacen inviable luego. Claro, un buen número de relaciones duran toda la vida, en ocasiones porque negocian, aprenden a ceder, logran establecer un balance entre las ventajas y las desventajas... O porque alguno sabe morirse a tiempo.

Te adelanto un consejo de peluquería: has la lista de lo que quieres que el otro cambie… y quémala, porque no va a servir para nada. O procuras estar feliz con la persona real que tienes al lado, o te buscas otra. 

¡Continuamos la próxima semana!

@leonardoamayaMD

domingo, 21 de enero de 2018

Cambiar...

«En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]» Heráclito

Las relaciones cambian. Otras veces, las debes cambiar. (1)

Las relaciones humanas... la prueba de cada día

Las relaciones afectivas suelen ser muy importantes. Son la causa más frecuente de sufrimiento emocional. Claro, también es el más significativo componente de nuestra vida emocional. Aunque hay personas en esta variada humanidad que pueden vivir mucho tiempo sin ninguna relación particularmente significativa e incluso con poca actividad sexual, es más frecuente la población para quienes las relaciones emocionales exclusivas y los grupos sociales son emocionalmente muy importantes. (Para los curiosos, Alfred Kinsey, el padre de la investigación de la conducta sexual describió a mediados del siglo pasado a los primeros personajes, asignándoles el “cero” en su escala. No es nueva la categoría social que suele llamarse “asexual”). 

Por tanto, lo más frecuente es la batalla de la afectividad significativa y exclusiva. Los romances, para decirlo más claro. Y los amigos especiales. Como es importante, tiene impacto en nuestras emociones y en la conducta; y como además tenemos todo un conjunto de exigencias culturales más o menos demandantes, así como más o menos insanos, el drama emocional está presente frecuentemente en nuestra vida. Mucho más porque las personas somos bastante complicadas, y frecuentemente tenemos claro lo que queremos o buscamos en la persona equivocada las metas correctas.

La combinación de exigencias culturales locas, del tipo: “debo casarme con alguien, quien sea, con la ceremonia soñada, palomas, gente llorando, etc” y gente bastante variada conduce a una tasa importante de errores de “casting” (elegir la persona equivocada para el plan correcto…). Así se entienden las relaciones dolorosas que se sostienen contra toda lógica en el tiempo. De la forma más dramática, no es extraño que alguien continúe en un vínculo tóxico con un maltratador violento, que golpea física o emocionalmente a la persona. 

También hay otra realidad que dificulta la toma de decisiones: que las personas somos una compleja mezcla de aspectos positivos y otros que no lo son tanto. Albert Ellis utilizaba una frase chocante pero muy evidente: Incluso Hitler quería a sus perros. Reconocía que era una persona que había cometido actos terribles, pero incluso ese aterrador personaje de la historia podía tener algunos rasgos funcionales. Y tu peor pareja no es más aterrador que Hitler. 

Así que vamos a dedicarle un tiempo para conversar sobre la realidad. Comencemos con un punto clave: las relaciones cambian. Y lo hacen porque las personas cambiamos. En algunas ocasiones, este cambio nos permite ver con más realismo la persona con la que estamos. Por ejemplo, descubrimos que el balance entre lo bueno y lo menos bueno nos hace un poco de crisis. 

Las relaciones cambian. ¡Afortunadamente!

Las relaciones cambian. Esta es una realidad que puede costarnos algún esfuerzo aprender a manejar, porque solemos evitar el cambio. Con alguna frecuencia le tememos a la incertidumbre que genera esta realidad. Y es uso: real. Porque nosotros cambiamos, porque el mundo cambia, y entonces nos adaptamos o entramos en crisis. 

Habitualmente tenemos ideales de relación y cuando hemos llegado a una cierta situación de comodidad, experimentamos el temor por perder aquello que hemos alcanzado. Pero, ¡el cambio es un reto del que pueden salir situaciones mejores!

Nuestra riqueza humana se hace evidente cuando nos adaptarnos a esos cambios. Nuestras propias vidas evolucionan: profesionalmente, económicamente, en nuestra madurez personal, nuestras aspiraciones. El reto que nos plantea el cambio en nuestro entorno es alcanzar una reacción de adaptación que sea funcional. Por ejemplo nosotros podríamos reaccionar de una manera completamente tonta a un cambio en nuestra vida económica, por ejemplo suponer que podemos prescindir de las personas importantes que nos han acompañado porque nuestro entorno profesional mejoró. Pero es también cierto que cambios importantes en nuestras situaciones externas alteran las relaciones que teníamos previamente, y algunos de nuestros amigos podrían no reaccionar adecuadamente y hacerse un poco más lejanos. 

Hace pocos días me contaron la historia de una persona que recibió un subsidio —realmente bajo— del gobierno Y a partir de allí decidió dejar a su esposa. Cuando uno lo ve desde afuera, se da cuenta que es una tontería: a los 6 meses ya se había acabado el dinero y se había alejado de esos “nuevos amigos” que había conseguido con la aparente mejoría económica. Es evidente que esta persona no estaba acostumbrada a la cantidad de dinero que recibió y percibió de forma desproporcionada su nueva situación. Más allá de lo tonto que resulta cambiar de esta forma por el dinero, también en algunas ocasiones nosotros podemos hacer esas valoraciones irreales del cambio en otras circunstancias. 

Y vamos a una forma práctica de ver el tema. 


  • El cambio es una realidad de la vida. Queramos o no, nuestro entorno, las personas que nos rodean y nosotros mismos cambiaremos. El reto es adaptarnos y evitar reaccionar de forma dramática a lo que no es más que la vida misma. 
  • La tarea es preguntarnos con cabeza fría cuáles son las decisiones que debo tomar yo mismo: no lo que me digan los demás, no lo que se me ocurra pensando mágicamente en la permanencia, que no existe. 
  • Concentrarnos en el futuro que podemos prever, desde el presente, que es lo único que podemos manejar. 
  • Y por último, hay una tarea de aceptación que puede ser más o menos dolorosa: tendré que aceptar que el cambio incluye la gente que me rodea: algunos puede que se alejen y algunos es posible que se pierdan (al menos por un tiempo…). Si somos más ajustados a la realidad humana, la respuesta no está en blanco y negro. Las relaciones cambian pero no necesariamente deben que terminar. Raramente la realidad es tan dramática. Cambian. En ocasiones el cambio puede incluir un poco de distancia. Y en no pocos casos, esa lejanía es lo mejor. Pero no es una tragedia: finalmente, la vida es también eso: el cambio.

@leonardoamayaMD

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