domingo, 30 de septiembre de 2012

Solas y solos: la trampa de la necesidad

Desear algo, quererlo apasionadamente no se hace una necesidad. 
Los seres humanos somos intencionales. Buscamos cosas. Nos colocamos metas. Si ellas, nuestro día a día tiene un rumbo torpe y con frecuencia nuestros actos son titubeantes. Esto lo sabemos desde Aristóteles (Libro de la Ética, II). El filósofo griego remarcaba que esa búsqueda se orienta a nuestros talentos, a aquellos rasgos de nuestra vida que podemos desarrollar para ser mejores.
Esa búsqueda reclama, además de la intención, emociones apropiadas, paciencia en los múltiples pasos que reclaman nuestras metas más elaboradas y altas, y una significativa dosis de tolerancia a la frustración. Sin estas habilidades, nuestro recorrido vital se hace perturbador y con frecuencia tomamos decisiones que nos alejan de nuestra meta.
En la vida real, lo más frecuente es que el camino más corto entre dos puntos sea una curva. No es frecuente que logremos de forma lineal y recta nuestros propósitos. En frecuentes ocasiones debemos tomar "curvas", incluso retroceder para cambiar de camino cuando el que hemos tomado no ha resultado adecuado.
Aquí entra e juego de la tolerancia a la frustración: las decisiones importantes raramente se toman con todos los datos necesarios para que la elección sea perfecta. Así que muchas veces, es una "apuesta calculada": algunos elementos de información básica y entonces asumir el riesgo.
Estas habilidades requieren en muchas ocasiones que evitemos las trampas de nuestras sobredemandas.
Querer mucho algo no lo hace necesario. No lo convierte en indispensable. Soy yo quien acepta que es "vital" y sin eso "no soy feliz". Aceptar estas ideas nos dificultan mucho controlar nuestras emociones, nos desespera y frustra cuando no lo logramos rápidamente o de forma fácil en oportunidades nos lleva a renunciar antes de tiempo o empeñarnos en permanecer en un entorno difícil o poco productivo. Es decir, finalmente, nos dificulta lograr nuestras metas.
Hay una trampa adicional: asumir algo como "indispensable" para nuestra felicidad genera que la aplacemos. Tiene mucho de una visión del "todo o nada" O tengo esto que quiero para ser plenamente feliz o no soy nada feliz. Realmente, lo ideal es que seamos ya felices mientras buscamos lo que nos haría más feliz en nuestros cálculos o en nuestras metas.
La realidad es que, además, en la vida no podemos conseguir todo y al mismo tiempo. Por lo menos, es poco probable. Nuestro día a día contiene con frecuencia decepciones pequeñas y grandes, problemas de distinto tamaño y riesgo. Pero, también contiene pequeñas y grandes ocasiones para ser felices.
Nuestro sistema límbico -una parte muy importante y activa de nuestro cerebro- está encargado de mostrarnos los riesgos, así que tendemos de cierta forma a resaltar las amenazas y los momentos complejos en el día a día. De una forma automática los exageramos. En ocasiones es útil, y en otras, perjudicial. Para eso tenemos la corteza cerebral, donde reside nuestra razón: allí ponderamos si esa alarma es importante o es simplemente se "activó" sin un motivo suficientemente importante. Y en todo caso, sufrir no es una estrategia. Una vez revisada la "alarma", ponerse manos a la obra en las pequeñas cosas que HOY pueden cambiar tu mañana es mucho más eficaz que sentarte a sufrir y esperar que el mundo cambie para hacerte feliz, que es poco probable. Tomar el timón de la propia vida, aprovechando la fiesta que siempre hay en un rincón del barco.
racionalemotivo.blogspot.com


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